En el vocabulario crítico, la palabra precursor es indispensable,
pero habría que tratar de purificarla de toda connotación de polémica o de rivalidad.
El hecho es que cada escritor crea a sus precursores.
Su labor modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro.
En esta correlación nada importa de la identidad o la pluralidad de los hombres.
Jorge L. Borges (“Kafka y sus precursores”)
Septiembre lacaniano. A 30 años del adiós de Jacques Lacan algo perdura de su deseo. Una voz que resuena, a pesar de; es la de Jacques-Alain Miller quien publica su Vida de Lacan -escritos para la opinión ilustrada- que, como las Vidas paralelas de Alejandro y César (Plutarco) subraya mejor el cursus de una vida según sus realizaciones efectivas, mas que las anécdotas biográficas del álbum familiar. Hay entonces al menos un detalle a seguir.
Parecería que la vieja teoría del kaos se invierte: el aleteo de una mariposa en Saigón, está ahora en Paris y causa vientos que se amplifican provocando una tormenta en… Homenajes y medios masivos hablan de Lacan. Figura odiada y amada, dialéctico, avanza enmascarado. Hace su pase al siglo XXI con el psicoanálisis como traje cuasi perfecto, aunque múltiple. En fin, un gran hombre o cualquiera, pero seguro alguien que no se presta a la historia oficial.
Cito aquí a Miller: “Algunos se complacían en atribuirle bajas pasiones que son, lo juraría, las suyas propias: fortuna, notoriedad, poder. Pero todo eso cae por su propio peso para el hombre de deseo, son medios de su deseo, no es su deseo. Lacan encarnaba por lo contrario lo que hay de enigmático, de poco tranquilizador, incluso de inhumano en el deseo, y sigue siendo todavía hoy un enigma. Encarnaba algo como aquel ¿Qué quieres? Del que él mismo hace en su grafo el punto de pívot del deseo.”
Para Elizabeth Roudinesco –por alguna oscura razón que ya insiste en su Diccionario con la tendenciosa entrada a Oscar Masotta- en su último libro Lacan, envers et contre tout (Ed. Seuil, 2011): “Se trata de la historia del psicoanálisis y de su historiografía, donde todo pasa entonces retroacción y en un contexto, (…) Lacan -después de Freud, y todos sus sucesores- es siempre mirado tanto como un demonio como un ídolo”, pero agrega, es por culpa de los psicoanalistas que “prefieren la memoria a la historia”(…) “enemigos de su disciplina y su herencia”. (pag. 12-13)
Ella supone que ya pasó la época heroica del psicoanálisis y que ahora los analistas “se transforman en psicoterapeutas organizados en una profesión reglamentada por el estado”. Muerto ya el último gran hombre de la aventura intelectual que sería Lacan, se podrá hablar a las nuevas generaciones de “otro Lacan confrontado a sus excesos”.
La historiadora recurre a una historiografía basada en la obra cerrada más que en la enseñanza abierta, inconclusa. Se trata de los motivos personales, baúl de anécdotas entre lo público y lo privado; olvidando la dimensión del “secreto para si mismo”, “rasgo de genio” que habita el psicoanálisis.
Nosotros, lectores de Borges, preferimos evocar lo múltiple de alguien que teje la red entre sus precursores y sus sucesores, en un vector que anuda el pasado con el futuro, según la temporalidad de un futuro-anterior. Leemos así:
Lacan kafkiano, el que crea sus precursores, autorizandose en la cita a Freud, Spinoza, Aristóteles, Clearembault, Levi-Strauss, Kant y Sade, pero también la cibernética, la topología, la lógica y el clasicismo de la enciclopedia francesa.
Lacan épico, en su doble retorno: primero, al sentido de Freud en tanto una dirección que va hacia un objeto “vacío de Dios”, mientras se objeta como pecado original de Freud el hacer de padre con su invención. Segundo: retorno al sentido de la historia por lo que la objeta, roca en el camino que la hace durable, captando el objeto por lo imposible de decir. Ese es un real que se vuelve su síntoma y lo obliga reinventar el psicoanálisis.
Lacan paródico: en su operación de retorno a las fuentes para hacerles decir algo de lo que conviene a su desarrollo: “la parodia de nuestro discurso: sea que se atenga uno a su etimología que indica un acompañamiento, e implica la precedencia del trayecto parodiado” (Obertura a los Escritos). Es ese proseguir al lado de Freud. Algo que Masotta aprende bien al fundar su Escuela de Buenos Aires.
Lacan ético: el que se ofusca ante el semáforo rojo, para no ceder a su deseo de existir. Solitario en su continuidad: “Entristecí a una persona muy próxima a Lacan al decirle que si bien él me había instalado en la posición de redactar sus seminarios, de todas maneras yo veía en él un cierto lado después de mi el diluvio.” - dice Miller. Es así que Lacan no dejará otra herencia que un enunciado sin enunciación fija, una equis (x) a ser interpretada por quienes lo sigan. Salto mortal en el aire, en un movimiento que va del precursor al sucesor.
Lacan significante: Como planteó Germán García en su lectura de Vida de Lacan con el subtítulo: la discreción de Jacques-Alain Miller. Es que el significante es discreto, no es sin otro significante en la acción de la estructura del lenguaje. Como aquello que se impone, el significante se interpreta por el Otro que opera sobre el sujeto. Dos caras entonces, su dimensión semántica como su dimensión pragmática. La primera es interminable, atañe al sentido que se escapa, la segunda se verifica.
Jacques-Alain Miller se sucede temporalmente con otro deseo. Recrea, elucida y dicta un curso donde interpreta la actualidad del psicoanálisis, pintando sus problemas cruciales con un pincel tan clínico como lógico. Enseñanza de un sucesor nombrado explícitamente por el precursor.
Analizamos entonces el contexto de la historia basada en el archivo mas profano, del significante “Lacan”. En el informado libro La constelación del sur- traductores y traducciones en la literatura argentina del siglo XX- de Patricia Wilson leemos: “si se piensa que un texto se completa con su marco de lecturas, que el polo de recepción interviene en el soporte textual, convirtiéndolo así en objeto estético, toda traducción no puede sino ubicarse dentro de la literaria importadora.”
Así la estética de la recepción de un texto depende del contexto histórico-político que determina las lecturas, según el horizonte de expectativas, es decir que el sentido último quedaría en manos del lector-importador. Esto lleva a la pregunta acerca de qué sucesor de Lacan supone el lector del siglo nuevo. Y en nuestros países glocalizados.
El detalle que faltaba: el deseo del analista. Ubicado entre el precursor Freud y el sucesor Miller, “Lacan” se traduce en una modalidad no semántica –no ya el vocabulario como adecuación- sino una política del decidir: lo que queda por transcribir de su enseñanza, o de “su manía de neologismo” de la que Roudinesco se queja. Lo que queda por traducir de Lacan son las formas actuales en que se puede encarnar en alguien como la clínica de “el deseo del analista”. Claro que no es sin un modo de organización ad hoc, según nuestros mercados comunes en crisis, en el contexto que permite que esa (x) se transmita.
Tomando el detalle en su ejemplo, en un seminario dado en Brasil en 1991, diez años después de la muerte de Lacan; Miller pregunta “¿No podemos decir que hay algo del deseo de Lacan en esta estructura del deseo del analista?”, cita del prefacio de ese seminario publicado en Buenos Aires en 1997 como El deseo de Lacan por Germán García, quien responde: “El deseo de Lacan era su singularidad, mientras que el deseo del analista que propuso se dirige al despertar de cada uno”
Los llamados analistas lacanianos ¿Qué hacemos con Lacan como puro significante? Pregunta que se impone como aquel addagio arábe que reza: “y cuando el pájaro haya volado… ¿qué haremos con la jaula?”. Seguramente otra cosa que encerrarnos en los límites del lenguaje de cada uno. La comunidad que viene será lacaniana. Apuesta al significante.-
La Plata, primavera del 2011.